El
caso de Jackson C. Frank es, sin duda, uno de los más dramáticos de la historia
de la música. Un talento desbocado, limitado por la tragedia de su niñez y los estragos propios de una enfermedad
avasallante. Perdido por décadas, ignorado por generaciones, la música y la
compleja personalidad de Jackson C. Frank emergen hoy en día, reivindicando al
artista detrás de las brumas de su propia existencia.
Buffalo,
1942: un terrible accidente sucede en una escuela. Una caldera explota, hiriendo
y quemando de gravedad a los alumnos. Muchos pequeños morirán, otros salvaran la
vida con graves secuelas. Uno de los que sobrevivió a tan terrible experiencia
fue Jackson C. Frank. En los meses que vinieron después de la tragedia, el
pequeño Jackson hizo amistad con un profesor de su escuela quien también se
encontraba herido y quien le dio el mejor regalo imaginable para superar esos
siete meses en rehabilitación: Una guitarra.
El
tiempo pasa y Jackson, ya con 21 años y buscando que hacer con su vida, recibe
un impulso inesperado: una compañía aseguradora le entrega cien mil dólares
como compensación por los daños sufridos en aquel accidente. Un dinero que hoy
es una pequeña fortuna y que antaño valía mucho más.
Con
su dinero y su talento, Jackson C. Frank cruzó el atlántico para comenzar su
carrera musical. Y comenzó sorprendentemente bien. Su homónimo disco debut
tenía canciones que estaban a la altura de lo editado en ese momento y que
hacían presagiar tiempos mejores. “Blues run the game”, “My name is carnaval”, “Don’t
look back”, “Marlene”, “Milk and honey”…Después de muy pocas escuchas, el
oyente no puede saber con certeza cuál de estas hermosas canciones es la mejor,
ya que Jackson C. Frank suena a Bob Dylan, a Tim Buckley, a Nick Drake, a Bert
Jansch…Todo a la vez.
Y
eso sería todo. Debut y despedida. En ese mismo momento, Jackson C. Frank cae
en barrena y su vida se difumina. Muchos años después, recién en 1993, se pudo
establecer con precisión que había pasado con Jackson C. Frank. Y como en las
buenas (o en las trágicas) historias…todo resultó ser producto de un azar.
Jim
Abbott, un admirador de la escasa obra de Jackson C. Frank, buscaba en una
tienda de discos de segunda mano cuando encontró, cosas del destino, uno de Al
Stewart ¡Autografiado por Jackson C. Frank! Preguntó enseguida al dueño de la
tienda por como se había hecho del disco y resultó que el mismísimo Jackson C.
Frank lo había llevado a la tienda. Seguir el rastro, encontrar al esquivo mito
musical, y sobre todo, saber que había pasado con él, averiguar acerca de su
vida, fue todo uno.
Después
de editar su disco, Jackson C. Frank vivió buenas épocas en Inglaterra. Retornó
a su natal USA, dónde su disco pasó desapercibido, se casó, tuvo dos hijos e
intentó sacar por plancha su segundo disco. Pero para ese entonces el dinero se
había acabado y comenzaron las dificultades. Volvió a Inglaterra dónde no
obtuvo el apoyo que necesitaba…Y todas las cosas que podían salir mal,
resultaron salir peor. Viaja de regreso a USA. Su hijo muere y al poco tiempo
su matrimonio se va al traste. Los fantasmas del pasado vuelven para cobrar la
factura y Jackson C. Frank desaparece. Su estado mental está profundamente
alterado y no habrá ni la más mínima posibilidad de redención. Vivirá lo que le
resta de vida batallando contra la esquizofrenia y la depresión, recluido en
instituciones mentales de mala muerte, entrando y saliendo, vagando y viviendo
de la caridad.
Hasta
el encuentro con Abbott. Conmovido no solo por encontrar a uno de los enigmas
más grandes de la música sino también por el dramático estado en que vio a
Frank, Abbott logra que el artista se beneficie de los royalties de su disco, consigue
que reciba una pensión suficiente como para vivir con dignidad, lo traslada a
una institución mental donde Jackson C. Frank es bien tratado, al punto de que
logra dar algunos pequeños conciertos en New York que devuelven a Frank al
pedestal que treinta años atrás había sido suyo…Y con solo un disco editado.
Sin
embargo, no acabaría la desdicha para Jackson C. Frank. Cuando comenzaba por
fin a estabilizarse, recibió accidentalmente un disparo que le quitaría la
vista en un ojo. Como pudo, arrastrando sus problemas mentales y de salud, pudo
retornar a los escenarios una vez más. Pero el 3 de marzo de 1999, un día después
de cumplir 56 años, una neumonía fulminante se llevaría, y esta vez para
siempre, a Jackson C. Frank, quien dejó un legado musical tan escaso como extraordinario,
una historia marcada por la tragedia y muchas preguntas (¿Qué habría pasado en
su vida si Frank hubiera podido editar uno o dos discos más?) que desafortunadamente,
nunca tendrán respuesta.