La
leyenda dice que un, por entonces, jovencísimo John Maher, guitarrista deseoso
de formar una banda, fue directamente a la casa de Stephen Morrissey, una joven
celebridad de su natal Manchester, para proponerle la idea. El descaro y la fe
que se tenía Maher, más la selección musical que los unía a ambos, fue
suficiente para que Stephen aceptara la propuesta. De ahí en adelante, serían
conocidos como Johnny Marr y Morrissey, el núcleo definitivo sobre el cual
flotaba la música de The Smiths.
Para
la fecha de publicación de este disco (1985), The Smiths estaban disparados del
resto del pelotón del rock británico. La escena estaba dominada por Duran
Duran, Spandau Ballet, OMD o Tears for fears y con esa competencia, el grupo de
Marr, Morrissey, Andy Rourke y Mike Joyce reinaba por calidad y derecho.
Pero
las aguas en el seno de la banda no estaban tan quietas. El abrumador éxito de
The Smiths los llevó a agotadoras e interminables giras dónde las relaciones
entre sus integrantes comenzarían a agrietarse. Las obligaciones con su sello
los impulsarían a grabar “The Queen is dead” en un corto plazo y en medio de
trifulcas varias. Andy Rourke venía de muy serios problemas con las drogas y
sus ideas musicales no eran apreciadas. Hubo que buscarle un reemplazo, Craig
Gannon, quien estuvo a la altura, aportó frescura, pero que en pocos meses
también terminaría entablando juicios contra Marr-Morrissey; Mike Joyce sugirió
un reparto algo más justo de los dineros: se llevó un sonoro portazo en la
nariz por respuesta. El agotamiento y el stress le pasaron la cuenta a Johnny
Marr, quien tuvo un accidente vehicular bastante grave. El aislamiento de
Morrissey hizo otro tanto. En resumen, el final se acercaba a pasos
agigantados. Todavía daría para un par de años más, pero el quiebre ya era
insalvable.
Pero
a la hora de entrar al estudio, la magia volvía. Stephen Street, el productor
más unido a The Smiths, reconocía el increíble trabajo que brindaban los
músicos durante las sesiones de grabación de “The Queen is dead”. Recibido bajo
una ovación de críticas positivas y con canciones como “There is a light that
never goes out”, “The boy with a thorn in his side” o el célebre corte que le
da nombre al disco, permanece como el
punto más alto de la carrera de The Smiths.
En
una época de héroes vacíos y discos sin emociones, este álbum sí llegó a la
cima musical. Y hoy por hoy, cuando las reuniones son pan de cada día, da pena
saber que la reunión de The Smiths es por mucho la más deseada y a la vez la
más imposible de todas.